Salí del lago cristalino y posé un pie fuera del agua.
El césped suave acariciaba mis palmas,
mientras el viento secaba las gotas que deslizaban por mi cuerpo.
El agua descendía por mis caderas,
al levantarme lentamente.
Y un rayo resplandeciente se asomaba
sobre la cúspide de las montañas,
acariciando mis mejillas.
Ángeles eternamente en vuelo sostenían mi cuerpo, mientras desaparecía frente al espejo de la eternidad…
—»Estoy en la tierra de la luz».
Deja una respuesta