Bajando una colina, vi cómo tu rostro se formaba; en medio de la niebla, sonaban las campanas.
SentÃa estar entrando por la puerta de lo eterno: un éxtasis profundo, juntar tu pecho con mi pecho.
Un sol espléndido acariciaba el firmamento; estaba deslumbrado: era tu amor, tan radiante. y pleno.
Me sentà abrazada entre la aurora y las montañas, un lago cristalino que inundaba mis palmas.
Besos entre muérdagos, un león blanco gobernando la entrada.
Señor de la naturaleza, déjame cargar tus alas…
Dios de los lugares salvajes, noble bestia sagrada, protector de los templos; la voz que en el desierto clama.
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