Todas las noches, cuando la Luna y la Tierra se encuentran frente a frente, el Dragón sale en búsqueda de su Princesa. Volando en el azul del cielo se posaba encima de su torre, al lado de su ventana.
La calurosa llama de fuego iluminaba la habitación avisaba a la Princesa que el dragón ha llegado… ella, toma su arco para cazar estrellas y se trepa en su espalda. Mirándolo a los ojos y abrazándolo mientras se acuesta en su regazo, sonríe emocionada haciéndole saber que ya está lista para empezar el viaje.
Les gustaba empezar siempre por un lugar diferente. Una noche volaban por el bosque, otra por el río, otra por las montañas o por el centro de la ciudad, pero era siempre una promesa no despedirse sin antes dar una vuelta alrededor de la luna llena; la anfitriona de todos sus encuentros.
Su juego favorito era cazar estrellas fugaces.
Ella tomaba el arco mientras sostenía su cuerpo apretando las piernas al estómago del dragón, ubicaba la flecha en el disco, enfocaba con su mirada, movía sus brazos y soltaba la cuerda.
Siete segundos congelados eran suficientes para introducir dentro de su pecho los destellos de luz y energía provenientes del espacio.
Cada estrella se sentía de una forma diferente, pero siempre coincidía el choque electrizante que la traspasaba de arriba a bajo, dirigiéndose directamente de su corazón hasta sus pies, colisionando con el cuerpo del dragón que en los tres segundos que duraba el acto, también lo sentía todo, en medio de una noche de luna
El color azul del cielo se convertía en la puerta abierta hacia el infinito donde la existencia se volatizaba.
La Luna
Las Estrellas
La Princesa
El Cielo
El Dragón
El vacío….
Ya no existía nada….
Una carrera en la vía láctea